Soy una aficionada a la repostería que descubrió esta pasión un poco tarde. Mi trabajo no tiene nada que ver con este mundo, pero me encantaría poder encontrar la manera de dedicarme algún día de manera profesional.

En 2019 mi aita (padre, en euskera) sufrió un ictus que le mantuvo en la UCI durante cinco semanas muy duras y eternas. Nada conseguía aliviar la tristeza, estaba pegada a mi 24 horas: ni la tele, ni el móvil, ni la lectura conseguían darme unos minutos de evasión. Un día, casi por casualidad, vi una receta sencilla en YouTube y decidí intentarla porque tenía los ingredientes en casa. No recuerdo qué dulce fue, pero sí recuerdo la sensación: durante ese rato en la cocina conseguí desconectar del dolor. Ese tiempo mientras cocinaba estaba concentrada en lo que estaba haciendo, y estaba tranquila. Y, para mi sorpresa, ¡además salió riquísimo! Así empezó todo. Por desgracia, mi aita nunca llegó a probar ninguno de mis dulces. Una compañera un día me dijo: él se fue y te dejó este “don” como regalo.

Lo que más me emociona es ver la cara de alguien cuando prueba algo que he hecho y lo disfruta de verdad. Esa reacción no tiene precio. Para mí la repostería es mágica por eso: no solo disfruto probándola, la disfruto creándola y sobre todo viendo como el resto la disfruta. Esa satisfacción es enorme.

“Izeko” significa “tía” en euskera, y yo soy la orgullosa tía de cuatro sobrinos: Iker, Elena, Jon y Maddi.